Vivimos en un mundo donde los límites entre el mundo real y el mundo virtual son cada vez más estrechos. La revolución tecnológica ha traído consigo, entre otras cosas, nuevas formas de relacionarnos con nuestro entorno y con los demás, herramientas que, como docentes, debemos saber aprovechar para implementarlas en el ámbito educativo.
De forma más concreta, estoy hablando de la Realidad Virtual (RV) y de la Realidad Aumentada (RV), ambas, tecnologías inmersivas que están en pleno auge y que pueden jugar un papel clave en el futuro de la educación. Se trata de dos conceptos que, en ocasiones, tienden a tratarse como lo mismo, sin embargo, son completamente diferentes.
Mientras que la realidad aumentada se basa en integrar o superponer contenido digital en el entorno real por medio de móviles o tablets, la realidad virtual consiste en crear realidades que no existen gracias a dispositivos como las gafas RV. En otras palabras, la RA despliega información digital en el mundo real, mientras que la RV genera un entorno virtual que requiere de un visor específico.
La pregunta clave de todo esto es: ¿cómo nos pueden servir estas herramientas en el ámbito educativo?
Ambas tecnologías suponen una gran oportunidad para potenciar el aprendizaje práctico de los alumnos al permitirnos diseñar entornos específicos para cada aprendizaje que les ayuden a adquirir, procesar y recordar fácilmente los conocimientos aprendidos en clase. En este sentido, ser capaces de generar modelos 3D virtuales (RA) o interactuar y explorar en mundos simulados (RV) suponen nuevas formas de que el alumno deje de ser un mero receptor y tome mayor protagonismo en su aprendizaje, mejorando, al mismo tiempo, su motivación. Este mayor acaparamiento de la atención sirve, a su vez, para retener mejor el conocimiento.
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